ARTE

LOS NOMBRES DEL PADRE


“Los nombres del padre” es el título de la penúltima muestra del año de la Sala Miró Quesada de Miraflores. En ella, Alberto Borea, Giancarlo Scaglia, Yerko Zlatar, Diego Lama, Miguel Andrade y Alexander Neumann presentan obras que hablan de los sentidos que se desprenden de la figura del padre. Cada uno reflexiona a partir de puntos que pueden ser distantes entre sí pero que cargan sin duda con símbolos que tienen que ver con la omnipresencia, con el poder y el desprendimiento del poder, con la “sabiduría” congénita, con las influencias desveladas en la experiencia artística, y, obviamente, con el parricidio. Discurriendo entre la pintura, el video, la fotografía, la impresión y la escultura, el colectivo entrega un sólido discurso con referencias a Lacan (función simbólica de la identidad) y vinculado con sus experiencias personales, que aquí saltan a la vista, son sugerentes y estremecedoras, revelan cierto ánimo burlesco y desencantado, y a la vez reafirman una imagen contrapuesta pero valiosa e inexplicable.

“Parricidio”, de Diego Lama, es para mí el trabajo que más sobresalta de la muestra. La obra la componen dos televisores dispuestos en forma de cruz; en uno de ellos, el horizontal, se observa un plano panorámico de un cañón árido por el que sobresale, a lo lejos, una banda de músicos vestidos de negro que ejecuta una canción fúnebre (FOTO). El plano panorámico decanta por ratos en planos más cerrados, y en ellos se descubre a un grupo de gentes con rostros parcos que miran al vacío y ejecutan la obra de forma pausada y respetuosa. En el televisor horizontal se observa el rostro de un hombre sobre un fondo negro, iluminado apenas por una luz que delata una vejez incipiente. Pronto, la idea de estar observando a una persona muerta se apodera de uno, aunque luego leves movimientos de su nariz o sus ojos lo contradigan. ¿Qué es, finalmente, la muerte?, es la pregunta que salta al instante. ¿El fin de la vida, el fin del recuerdo de ese individuo? Sea en forma de homenaje o a la manera de, como bien lo dice el título, un “parricidio”, el trabajo constata que el arte puede sobrecoger e identificar al receptor (y, por lógica, confrontarlo): ver el video implica explorar y cuestionar aunque sea un porcentaje de nuestras vidas. Una virtud, además, de “Parricidio”, es la de no ser radicalmente explícita o, si se quiere, exorcizante: para el espectador común, de calle, el hombre del video, que yace sin realmente yacer ("aún no", parece decirnos de algún modo su reticencia a la quietud), es un ser humano más, un padre corriente; y carece, así, del peso que dentro del arte peruano tiene el padre del artista, Luis Lama, crítico de amplia trayectoria. Al observarlo, encerrado en un espacio siniestro y lúgubre, este padre es despojado de su trascendencia, opiniones y actitudes.

Personalmente, al ver el video de Lama no pude evitar pensar en mi padre: sentir, oler su trascendencia, su presencia, y analizar, finalmente, la manera con la que yo, en algún momento, habré de despojarlo de todo, quedándome apenas con aquello que me permita seguir caminando (bien).

Escrito por Alberto Villar Campos @ 7:52 a. m.,

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